Problemas psicológicos en la familia. Cuáles son y cómo abordarlos.

Terapia familiar.

La familia es nuestro núcleo más próximo de relación. Lo es para lo bueno y para lo malo. En ocasiones, en el seno de las familias se viven determinadas situaciones que alteran la relación entre sus miembros y que pueden dañar la estabilidad psicológica de uno o varios de ellos. ¿Qué hacer en estos casos?

Los psicólogos del Centro de Psicología Ánimus, un gabinete psicológico ubicado en el barrio madrileño de Barajas, formado por psicólogos clínicos expertos y psicoterapeutas, opinan que la terapia familiar, en la que se trabaja con toda la familia en su conjunto, es una herramienta que suele mejorar la comunicación entre los miembros, aporta recursos que facilita la resolución colectiva de problemas y mejora la gestión emocional.

Hay situaciones complejas que son difíciles de gestionar para una familia. Esto puede pasar factura psicológica a alguno de sus miembros, puesto que no asimila bien la situación. Es, por ejemplo, cuando uno de los familiares pasa por un trastorno de depresión. O cuando uno de los hijos tiene alguna enfermedad de espectro autista. De entrada, la familia no sabe bien cómo actuar. Contar con ayuda profesional puede orientarla para sobrellevar con éxito la situación.

Por otro lado, no es extraño que en la familia se incuben problemas psicológicos. La familia tiene un doble aspecto. Por un lado, es la gente que más te quiere y está a tu lado; y por otro, sin pretenderlo, es el ámbito en el que se reproducen relaciones que se dan en la sociedad. Relaciones de posesión, de poder, de competencia. Nadie ha elegido la familia en la que ha crecido, pero es tu familia. Es importante comprender este doble aspecto para afrontar los problemas.

Los problemas psicológicos que se dan en el seno de las familias no son muy diferentes a los que viven los individuos y a los que se dan en la sociedad. Estos son algunos de los más frecuentes.

Depresión en el seno de la familia.

Dice la web oficial de la comunidad foral Salud Navarra que, en ocasiones, la depresión es un trastorno incomprendido para las familias. Cuando uno de sus miembros padece un trastorno depresivo, la familia se suele poner en acción cuando la enfermedad produce manifestaciones evidentes. La enfermedad se ha estado gestando durante un tiempo, pero la familia no le ha prestado la suficiente importancia alegando que era una etapa pasajera o que obedecía a la forma de ser del enfermo.

Para afrontar una situación de este tipo, la familia ha de actuar unida y presentarse fuerte. Poco ayuda al enfermo que uno de los miembros se deje arrastrar por la depresión y muestre su impotencia. Además de asumir la situación, la familia ha de participar activamente en el tratamiento. Son parte indispensable para la recuperación del enfermo.

En este caso, lo primero que debe hacer la familia es informarse sobre lo que sucede. Hablar con los psiquiatras y psicólogos que están llevando el caso y recabar toda la información que puedan. Siempre, procurando que las fuentes sean fiables.

La empatía y la comprensión del enfermo son claves. La familia debe aprender a no juzgarle, a no culpabilizarle, no forzarle a animarse, no infravalorar la enfermedad, ni tampoco tratarlo como una persona inútil, descargándole de todas sus tareas.

La familia es principal colaborador del psiquiatra. Velará porque se aplique el tratamiento y prestará apoyo al enfermo siempre que lo necesite. Salir de la depresión es un proceso lento y progresivo. Cuando se dan pequeños avances es importante reforzar los logros. Con frecuencia, el enfermo no le da la suficiente importancia. Que nosotros le respaldemos le da aliento para continuar.

Si en la familia hay niños pequeños, es importante explicar de una forma sencilla y clara lo que está sucediendo. Es fundamental no culpabilizar a nadie y no estigmatizar la enfermedad. La persona con depresión está enferma, pero superará tarde o temprano la enfermedad, solo necesita nuestra ayuda.

Ansiedad en el seno de la familia.

La revista digital «Porque Quiero Estar Bien» nos habla en un artículo de las personas que, en contacto con su familia o con alguno de sus miembros, experimentan episodios en los que se encuentran ansiosos y alterados. El artículo no habla de la enfermedad de Trastorno de Ansiedad Generalizada, sino más bien de un sentimiento negativo que no debemos despreciar, ya que puede ser una fuente de estrés y desestabilizarnos emocionalmente.

Estas situaciones se dan por incompatibilidad de caracteres o por puntos de vista diametralmente opuestos que, por lo general, se refieren a asuntos relacionados con nuestra vida.

Cuando esto sucede hay una serie de tips que pueden sernos de gran ayuda. Son estos:

  1. Debemos asimilar la situación. Que alguna persona de nuestra familia nos haga sentir incómodos no es bueno, ni malo. Es una realidad. Lo primero es preservar nuestra salud mental.
  2. Normalmente, estos episodios ansiosos se dan en contextos familiares en los que nos sentimos atacados por críticas formuladas en el entorno familiar. Es importante, en todo momento, tener claro quiénes somos, cómo pensamos y las decisiones que hemos tomado respecto a nuestra vida. Esto nos hará fuertes para afrontar la situación.
  3. Ante todo hay que tomarse las cosas con calma. Cuando vemos que el contacto con nuestro familiar se nos va de las manos, más vale que respiremos hondo y nos relajemos. Si no aguantamos la escena, es preferible que nos vayamos a dar una vuelta y regresemos cuando estemos más calmados.
  4. Es importante fijar las reglas de la relación. Si determinados temas te incomodan, es bueno hablarlo con la familia e impedir que se traten. Debemos poner límites.
  5. Hay que aprender a abandonar las discusiones a tiempo. Lo normal no es que haya una situación adversa desde el principio. Si no que se abra una conversación que paulatinamente vaya cogiendo tintes agresivos o hirientes. Cuando vemos que esto sucede, debemos cortar la conversación de cuajo.
  6. Si no hay forma de gestionar el problema y estas situaciones tienden a causarte estrés, reducir el contacto con esa persona es una buena solución. No por eso eres un mal hermano o un mal hijo. Sencillamente estás poniendo límites.

Conflictos constantes.

Puede haber momentos en los que una familia viva periodos de confrontación permanente. Puede ser porque uno de los hijos esté atravesando una adolescencia conflictiva o porque haya sucedido un hecho que ha roto la confianza entre varios miembros de la familia. Estas situaciones no son agradables para nadie y suelen afectar psicológica y mentalmente a los involucrados.

El paso cero es asumir que las discusiones continuas son un problema psicológico. Esta actitud pone de manifiesto la voluntad de solucionarlo. Es importante partir de quién es la otra persona con la que tenemos el conflicto. Nuestra pareja, nuestro hijo, nuestro padre. Alguien que en otros periodos de nuestra vida nos ha expresado su amor incondicional. En el fondo sigue siendo la misma persona, no ha cambiado sustancialmente. No tiene el deseo de hacernos daño. Por lo que la situación, si ambos ponen de su parte, se puede solucionar.

Es crucial identificar las causas subyacentes del conflicto. Sumergirse en un proceso de investigación que permita descubrir que cosa o cosas hacen que las personas se comporten así. No suele ser un proceso sencillo. Es necesario armarse de paciencia, colocarse en la piel del otro y evitar guiarnos por prejuicios preconcebidos.

El instrumento fundamental para reponer la armonía en la familia es la comunicación en condiciones de igualdad. A veces no es sencillo, por lo que contar con mediación profesional puede resultar bastante útil.

Estrategias para afrontar problemas psicológicos en la familia.

Crear un ámbito respetuoso y abierto es clave para resolver los conflictos familiares. Es importante que cada uno de los miembros exprese libremente su opinión. Que no sean, por ello, objeto de críticas y reproches por parte del resto.

Para que esto sea posible, es necesario que todos los implicados se sienten a hablar expresamente. A veces, los problemas están tan enquistados que una sola sesión no es suficiente para zanjar el problema. Si sucede esto, no hay que calificar la reunión como un fracaso. Al contrario. Ha sido un paso en el camino hacia la resolución del conflicto. Ahora debemos seguir avanzando.

En estas reuniones es importante fijar límites. Expresar con claridad que le permitimos a los demás y que no. Debemos aceptar los límites siempre que estos no sean peticiones desorbitadas.

Al mismo tiempo se pueden establecer actividades y rutinas que persigan reforzar los lazos familiares. A veces es un simple gesto como volver a comer juntos. A medida que se vaya restableciendo la confianza podemos fijar actividades más unitarias como hacer una excursión juntos o salir a comer a un restaurante.

Debemos practicar técnicas de autocuidado que nos permitan manejar el estrés y gestionar las emociones. Practicar disciplinas que nos ayuden a relajarnos como puede ser la meditación, el yoga, el mindfulness o practicar algún deporte.

En todo este proceso, contar con ayuda profesional permite resolver con más facilidad los problemas. No es necesario esperar a que las contradicciones se antagonicen.

 

 

 

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